Se esfumó la magia
A veces viene bien una pequeña decepción para volver a crecer con más fuerza. Hay que ir al Mundial de 2026 con hambre de alcanzar la gloria.

Héroe Alcaraz. En París asistíamos a una de las historias más bellas jamás contadas de un deportista español. Carlos Alcaraz se nadalizó ante Sinner y retuvo a todo el país junto a la tele con cinco horas y media de batalla inolvidable y arrebatadora sobre la tierra sagrada de la Chatrier. Carlitos hizo la goma con el arranque de la final de Múnich, dado que los acordes de nuestro himno nacional coincidieron con la recta final de su apoteósico súper tie break. Estábamos tan emocionados y entusiasmados con la gesta del niño de El Palmar que arrancamos el partido contra Portugal con un espíritu patriótico tan hinchado que sólo valorábamos la posibilidad de la victoria. De hecho, la tropa de Luis de la Fuente salió al Allianz con firmeza, ambición y muchas ganas de hacer felices a los 12.000 españoles que se hacían notar en un fondo (los portugueses, incansables, nos doblaban en las tribunas). Fue así como llegó el 1-0, obra de Martín Zubimendi. El guipuzcoano apareció como si fuese un delantero en la zona de peligro y tras un rechace abrió la lata. La jugada la había iniciado con otra genialidad su paisano Mikel Oyarzabal, que ha hecho una Nations para la hemeroteca. Pero tanta felicidad podía resultar engañosa. Esta no era la España de las luces que llegó a poner a la Francia de Mbappé y Dembélé a sus pies (llegaron a ir 5-1). La banda derecha se convirtió en un coladero ante los nervios de Mingueza y la fastuosa actuación de Nuno Mendes, que por momentos parecía una mezcla de Marcelo y Roberto Carlos. De hecho, el musculado crack del PSG puso las tablas con un zurdazo imperial. Inobjetable.
Ventaja engañosa. Pero como esta España triunfal que venía de ganar de una tacada Nations League y Eurocopa se ve tan poderosa, llegó al 2-1 en otra acción tan sencilla que parecía pan comido. Desmarque de Oyarzabal, pase medido de Pedri y definición astuta y letal del killer de Eibar. Sin excesos y con Lamine con la lámpara apagada, íbamos por delante. Pero no teníamos control de partido y algo fallaba. No era el día.
Cristiano, eterno. Fue así como Portugal, con Roberto Martínez motivadísimo en la banda, fue creciendo en el partido hasta conseguir el premio de la igualada. Otra incursión por nuestra debilitada banda derecha y el balón al segundo palo que acaba en el de siempre. Cristiano, eterno, se ganó la posición con inteligencia ante Cucurella y metió el pie lo justo para batir a Unai, que no podía hacer nada para evitar que el mejor delantero de la historia siguiese alimentando su insaciable tarjeta goleadora. A sus 40 años ya suma 938 goles oficiales y no parará hasta alcanzar los 1.000. ito apuestas. Y con Portugal ya va por los 138, más de 40 de los que metió el mítico Puskas con Hungría. Una locura. No intenten prejubilarle. Perderán el tiempo. Él se retirará cuando quiera, porque el fútbol no logrará ponerle una fecha de caducidad...
Los penaltis. A partir de ahí España buscó soluciones dando entrada a Isco por Pedri, por si el malagueño sacaba su magia a pasear. Le costó, aunque tuvo un tiro maravilloso que pudo darnos el título. Pero seamos honestos. El que esta noche nos falló fue Lamine. Nos ha acostumbrado mal este genio de 17 años y en esta final apenas apareció. Casi nunca se fue de Nuno Mendes y sus disparos carecieron de peligro. Sin Lamine, costará mucho más. De la Fuente le quitó en la prórroga. Una llamada de atención...
El Mundial. Pero no nos vengamos abajo por una derrota por penaltis. A veces viene bien una pequeña decepción para volver a crecer con más fuerza. Hay que ir al Mundial de 2026 con hambre de alcanzar la gloria. Con este grupo se puede. Sí.
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